domingo, 12 de mayo de 2013

Tempranito

Salgo de mi casa tempranito. El sol está recién empezando a asomarse. Es una mañana fresca y limpia. Yo estoy abrigado. No tengo sueño, dormí bien esta noche al igual que la anterior, aun así a mis huesos y a mis músculos les hubiera gustado quedarse un ratito más en la cama. En un principio, casi me convencen, sin embargo logré tomar fuerzas de quien sabe dónde y me puse en pie ¡Tengo una entrevista con el día, y ni aunque llueva o truene me la pierdo!

Camino lento, a mi ritmo. Tengo tiempo. Levanto la vista y miro a la mañana de frente. La luz a esta hora me gusta más que a cualquier otra, incluso que a la tardecita. Siempre me entristeció que termine el día. A veces me pasa, cuando miro el atardecer, que me sorprendo con los ojos llenos de lágrimas y en seguida me reprocho dejarme llevar tan fácilmente por mis emociones. A la mañana, al contrario, mi corazón rebosa de alegría, robándole las luces y los colores al alba. Se llena de canto con los zorzales, de verde con los campos y de azul con el cielo.

Siempre me gusto pensar la mañana como una maestra, una maestra en la esperanza. Ella me dice con voz clara que todavía se puede crecer, que sin importar lo que pase vendrá cada día con sus brazos de sol a abrazar el mundo. En ella adquiero una estable confianza en mi mismo y en la vida.

Mañana, mañanita ¿De qué profundos negros abismos me libraste en mi vida? ¿Cuántas veces te busqué, con la noche en el corazón y lágrimas en los ojos, esperando encontrarte, tocarte? ¡Qué lindo es tenerte otra vez a mi lado, mi luz de la mañana!

A todo esto, muchos podrían decir que, al igual que la mañana, la tarde también puede ser una maestra, una maestra en fin y fatalidad. Si tuviera que responderles, diría que sí... pero esa lección (¡ay!) no me gusta escucharla.


Joaquín Cuevillas

No hay comentarios.:

Publicar un comentario