El cuerpo, por su peso, tiende a su lugar propio. El peso no impulsa solamente hacia abajo, sino al lugar propio. El fuego se dirige hacia arriba; la piedra, hacia abajo. Cada uno de ellos es llevado por su propio peso, y busca su lugar. El aceite, echado debajo del agua, se coloca sobre ella; el agua, echada encima del aceite, se sumerge debajo de él. Cada uno de ellos es llevado por su propio peso, y busca su lugar. Cuando no están ordenados, andan inquietos; se ordenan y reposan. El peso mío es mi amor; por él soy llevado adondequiera que voy.
San Agustín
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