jueves, 2 de mayo de 2013


“¡Ah! ¡Cómo se agita la mente en el fondo del abismo en que se halla sumergida! 
Y abandonando su propia luz, ¡cómo se precipita hacia la tiniebla exterior, 
cuando siente en sí misma una angustia mortal, acrecida hasta lo infinito 
por el hálito de las cosas terrenales!”
Boecio


¡Que curioso es el hombre, que por su propia característica se despiertan en él incansablemente sus sentidos y su espíritu ante los misterios de la naturaleza, ante las últimas y primerísimas causas que se esconden en los efectos, ante lo sensible, lo insensible, lo tangible y lo que no!

No importa la época, el lugar, la cultura o la condición, siempre están ahí esas preguntas desconcertantes, que surgen del asombro que le produce la existencia de absolutamente todo lo que ES… ¡y también lo que no es!

Desde chiquita se despertó en mí una mirada distinta, rara, abstracta, desigual, de mi alrededor… No veía la vereda, veía la hoja que adentro tenía agua por sobre la que caminaba una hormiga… (Así me llevé puestos en varias oportunidades bochornosas un vidrio o un poste).

Uno transita por la vida, con sed, mucha sed de conocimiento, con esa emoción que quema por dentro cuando se descubre algo, cuando se entiende un cuadro, cuando se lee un libro inolvidable, cuando se escucha una melodía de notas delicadas y perfectas o cuando se mira a las estrellas pensando en la inmensidad, en esas bolas inconmensurablemente gigantes que flotan brillando, como diamantes, en el azul profundo del universo…

¿Cómo no conmoverse ante la mutabilidad del tiempo y la atemporalidad de las verdades?

Y de pronto… descubro que no estoy sola en esa mirada, que hay otros con ese fuego interno, que comparten conmigo el placer (y a veces no tanto) de conocer.

Por eso junto con ustedes, mis queridos compañeritos de camino, espero poder ser guiada amorosamente en este camino que elegimos transitar, por nuestra amada nodriza, la filosofía.

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